viernes, 5 de diciembre de 2008

UNA NOVELA DE SEXO, DROGAS Y ROCK & ROLL


El espía de la lluvia
Jorge Aristizábal Gáfaro
Mondadori, 2008
442 páginas


Por: Daniel Bonilla
Con el espíritu y la fuerza de un solo de batería, la novela El espía de la lluvia del escritor colombiano Jorge Aristizábal Gáfaro hace su aparición en el panorama de las letras colombianas. Pero más que aparecer, debiéramos hablar de una irrupción violenta y desafiante. Violenta, porque al igual que muchas novelas de publicación más o menos reciente, El espía vuelve sobre el tema del narcotráfico y la seguridad nacional conmocionada. Desafiante porque si bien se trata de un tema explotado hasta la saciedad por escritores y editores, Jorge Aristizábal le da un giro insospechado y lo narra no ya desde adentro con dramatismos manidos o dolor de patria, sino que recurre a un mecanismo que permite simular algunas de las múltiples formas que tienen de mirarnos los extranjeros, caricaturizando, burlándose y construyendo un gran show al que podemos asistir para reírnos de nosotros mismos y gozar con las muecas grotescas de las que podemos ser capaces.
Un grupo de agentes de la DEA se instala en Bogotá para dar curso a Greenback, una operación para desmantelar redes de blanqueamiento de dinero entre Colombia y los Estados Unidos; pero más allá de este argumento que seguramente no gana por su novedad, la destreza del autor radica en la inclusión de un arsenal de elementos -ahora sí- novedosos en la narrativa colombiana contemporánea, y que soportan todo el armazón estructural de esta novela. Entre ellos podemos mencionar el ritmo frenético heredado del cine y por supuesto las frecuentes referencias al grueso del panorama geopolítico, cultural y mediático de las últimas décadas, y todo logrado a través de unos diálogos brillantemente concebidos, que permiten que El espía de la lluvia, supere la etiqueta de “novela colombiana”, y adquiera tintes más globales.
Alguien podría decir que la inclusión de personajes extranjeros poco o nada sirve para penetrar una sociedad como la bogotana en particular y colombiana en general, tan caótica y en ocasiones tan perversa, y más aún, si esos personajes son gringos, con todo lo que ello acarrea. Alguien más diría que son precisamente ellos los que tienen la distancia suficiente para desnudarnos y reírse en nuestra cara de nuestras tonterías, incoherencias y desequilibrios, y de esa manera golpearnos en el estómago para poder reaccionar. Otros tantos argumentarían que la inclusión de estos agentes de la DEA en Colombia obedece a un esnobismo similar al de muchos escritores colombianos que disfrutan hasta la saciedad de poner a circular por sus páginas un variopinto bestiario de periodistas, escritores, féminas fatales, viajeros, intelectuales, llegados de los orígenes más remotos, exóticos y difíciles de pronunciar del planeta. Añadiría que el recurso de narrar desde donde lo hace Aristizábal es totalmente plausible, ya que siendo ésta una novela negra en un país donde el género es casi inexistente, recurre a sus elementos característicos y no sólo los adapta al entorno colombiano, sino que los deconstruye y reorganiza en una nueva dimensión interpretativa para el lector, que seguramente no percibirá en ningún momento un remedo de otras narrativas de género negro en el mundo.
El asunto central acá es que esta novela no está narrada desde un punto de vista colombiano, si es que tal cosa existe. Esta novela es un gran simulacro, en el sentido que expone Jean Baudrillard, es una reescritura de un texto que se supone existe con anterioridad, escrito en inglés y cuya traducción es la que tenemos a la vista, por supuesto con todas las aclaraciones necesarias, trucos narrativos, de diseño y de edición, para evitar la confusión en el lector, que no es más que una ilusión de verdad, pero esa es la manera en que Aristizábal hace verosímil su novela, darnos a cada paso indicios y pistas de cómo funciona el tramado intertextual, con las notas a pie, las itálicas para las partes que están en español “en el original”, la nota de advertencia, entre otros artificios. En ese sentido, no es un mero ornamento este puñado de agentes encubiertos, es más bien un juego que involucra entre sus variables una cantidad de mecanismos intertextuales propios de mucha literatura contemporánea. Lo que resulta bastante interesante es que esta tan pensada y en apariencia, densa disposición estructural de la novela, no da como resultado un artefacto insufrible sino una historia que se deja devorar de principio a fin, con un ritmo y velocidad envidiables.
Y como si no fuera suficiente el hecho de estar leyendo una novela que es una traducción, Jorge añade un toque personal, diseñando una poética a partir de los doblajes de películas norteamericanas al español. Esos doblajes realizados en Los Ángeles en los que los personajes profieren frases como “Vete al diablo”, “Rayos, golpea ese sujeto”, “Jodido bastardo” o “Apestas, maldito”, familiares para el que tenga cercanía con este tipo de películas, dan un tono único a esta novela. Junto con ello, algo de los ritmos y giros lingüísticos del español que se habla en Bogotá y en Colombia. Aristizábal además sabe matizarlo todo con unas altísimas dosis del humor negro más crudo y descarnado, heredero directo de gente como Quentin Tarantino o Guy Ritchie.
Eso convierte a El espía de la lluvia en una novela arriesgada y para nuestra fortuna, poco ortodoxa, ya que además se soporta en las llamadas temáticas pop: conspiraciones mundiales, tecnología, sexualidad múltiple, drogas y cultura global, y de cómo cualquier lugar o acontecimiento del mundo puede llegar a ser un asunto novelesco, puesto que puede permitir trazar los más variados y en ocasiones desequilibrados puentes entre cosas que en otra época eran impensables. Es decir, es posible hoy concebir una novela como una gran conspiración en la que los ciudadanos de a pie, bien pueden ser piezas o eslabones de cadenas que se transmutan en reordenamientos de tipo moral, religioso o político alrededor del orbe, novelas en las que las decisiones aparentemente importantes y trascendentales que debemos tomar día a día, ni siquiera nos pertenecen, porque como siempre, hay alguien que observa y toma atenta nota. Todo esto subyace a El espía de la lluvia, pero también los canales de televisión por cable, las marcas de automóviles, los cigarrillos, las canciones pop, los restaurantes exclusivos, las mujeres bellas y artistas, el sexo por toneladas, la alta costura y el diseño, y la indescriptible hilaridad de unos personajes que, jugando de visitantes siempre -son espías-, nos muestran una ciudad que, a medida que es penetrada, se torna en matices que no sospechábamos y revela sus secretos.
El espía de la lluvia es un gran inventario de mini-historias entretejidas que hablan de lo absurdo y lo ridículo, que rayan en lo fantástico-grotesco, pero que son abrumadoramente posibles en un mundo y una época como éstos, en los que las ficciones han redefinido nuestras ideas y sentimientos acerca de lo real. Así que se puede leer en dos vías, la primera como una muy divertida novela de espionaje en Bogotá y la otra como una colección heterogénea de relatos, dispuestos en los diálogos de los personajes y que a su vez son una radiografía bastante heterogénea del caos circundante. El espía de la lluvia logra que los cinéfilos muerdan el anzuelo.

Reseña aparecida en www.letrasalacarta.com Librería virtual y revista cultural.

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